Cuando un autor escribe, es un dios

 

Todos hemos vivido una pelea entre amigos y, cuando cada uno de ellos nos ha contado su versión, hemos podido comprobar que no hay una verdad. Hay interpretaciones de lo ocurrido.

Por otro lado, pensar en alguien, en su vida, en su relación es pura especulación. Nos podemos enorgullecer de ser infalibles, de tener un ojo clínico increíble para saber qué ocurre en la vida de los demás, pero esto es una irrealidad.

La pura verdad es que, la naturaleza de una relación solo la conocen las personas que forman parte de ella, aquellos que se encuentran a cada uno de los extremos.

Pero el novelista. Ay, el novelista. En este caso la cosa cambia totalmente.

El escritor, la escritora, en su proceso creativo son realmente omniscientes. Lo saben todo. Lo controlan todo.

La relación que se cuenta tiene ahora tres vértices: están los participantes, los personajes y está también esa figura divina que es el escritor, la escritora que conoce la totalidad.

Es una figura que, sin lugar a duda sabe más que los propios implicados, que los personajes y que, puede deslizarse con absoluta ligereza de  la piel de uno a la piel del otro. De la mente de uno a la mente del otro. Es por esto por lo que un escritor, una escritora, en su proceso de creación, es un dios que lo sabe todo. ¡Pura magia!

 

 

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