Las librerías: ese oscuro lugar de deseo

No soy muy de bares, pero al pensar en las librerías se me ha venido a la cabeza la famosa canción de Gabinete Caligari:

Los bares, qué lugares
Tan gratos para conversar.
No hay como el calor
Del amor en un bar

No hay nada como el calor del amor en una librería. El calor del amor, de la conversación, de los descubrimientos, de las historias. Sin lugar a dudas, para mí la archiconocida canción de Gabinete Caligari se convertiría en No hay nada como el calor del amor en una librería. Eso sí: no rima.

Supongo que para ti, que te gusta el mundo de la literatura, las librerías habrán sido un espacio que ha formado parte importante de tu vida. En mi caso, al vivir en un pueblo en el que solo había una maravillosa papelería con estantes de madera y regentada por una preciosa mujer, mi refugio fue la biblioteca que, a diferencia de la papelería, la gestionaba una señora que cada sábado escuchaba a los niños de San Ildefonso en su cancioncilla de números. Aquella señora me daba verdadero pavor, pero el objetivo valía la pena. Después de pasar un buen rato entre aquellas estanterías abarrotadas de libros, me marchaba con un botín de libros para devorar durante los siguientes quince días. Eran aquellos maravillosos y eternos veranos de la infancia y de la juventud.

Creo que también comparto contigo la pasión por la lectura. Durante mi juventud tenía que esconderme para que mi madre no me regañase ante ese vicio incontrolable que me arrastraba a mundos infinitos durante horas. Eso sí, al llegar el verano todo cambiaba. El verano lo pasaba en el refugio de amor de mi abuela, que protegía con cautela mis interminables horas de lectura a la sombra de una inmensa noguera.

Pasó el tiempo y la universidad me ofreció la libertad de la ciudad. Allí los tiempos en las librerías se convertían en horas de pasillos y estantes.

Eso sí, como un niño delante de un escaparate de dulces, mi glotonería lectora terminaba muchas de las veces con el  regusto amargo de una lista de libros que me gustaban y que no podía comprar. Ya sabéis, los devenires humildes de los estudiantes.  

Cuando monté el primer sello editorial PeZsapo, las librerías se convirtieron en un espacio terrible que me devoraba el ánimo. ¿Cómo iba yo a conseguir que los libros que publicase formaran parte de aquella torre de babel en la que no cabía un alfiler? Pasé una época de pánico a las librerías. Se convirtieron en espacios aterradores en los que todos y cada uno de los libros que habían conseguido formar parte de aquel panteón de los dioses, me miraban con desprecio dejando claro que los míos no tendrían el privilegio de su compañía. En fin, que dejé de ir a las librerías. La fobia me duró unos meses. Finalmente superé aquel pánico de la forma más sencilla y natural del mundo. Dejé de pensar en las estanterías cargadas de libros y me arropé con el saber del librero. Te encuentras de todo, claro, pero lo normal es que los libreros y libreras sean seres casi celestiales con los que compartes la pasión por los libros y la capacidad de soñar con hacer algo que te gusta y que, aunque no te haga ni mucho menos de oro, te va a regalar grandes momentos.

Fue así como volví a las librerías, eso sí, ahora con el librero o la librera como compañera de fatigas. Y, te cuento esto, porque si escribes, te puedo asegurar que los libreros serán tus aliados. En mi caso, no solo abrieron las puertas a los libros de PeZsapo, sino que se convirtieron en consejeros sobre las portadas de los libros, en apoyo para las presentaciones y, en definitiva en piezas imprescindibles de la cadena de seres maravillosos que construyen el mundo de los libros.

Así que te animo a que te acerques a las librerías, que te conozcan, que sepan que escribes. Empieza por tu entorno más próximo. Seguro que tienes alguna librería cerca. Como decía en dueño de una famosa cadena de cafeterías: «el éxito llegó café a café».

 

Un abrazo mentes creativas. Nos leemos en la siguiente entrada a nuestro blog, y por supuesto, también en Ivoox, Spotify y en nuestro canal de YouTube

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